RELATO: LA LLAVE DE LA CALLE ZAPATERÍA
LA LLAVE DE LA CALLE ZAPATERÍA
El calor, pringoso como resina de ciprés, se les adhiere al cuerpo, a la ropa interior, pega los pies a las calzas y éstas a las botas. Pero a Yosef y a Alonso les da igual. Están tan enfrascados en su propio mundo que hace mucho que han dejado de percibir el sudor que les corre como churretes por las sienes, y la mugre debajo de las uñas. Yosef sólo la ve cuando coge la peonza para hacerla girar, y apenas le arranca el recordatorio de que hoy es Shabat y que, en cuanto ese sol inclemente que alardea en el cielo empiece a ocultarse, correrá a casa y dejará que ima le bañe y le frote bien.
—Te toca, Alonso —dice, mientras mordisquea un regaliz de palo.
Alonso coge la peonza y la hace girar en el polvo. El rumor de las aguas bravías del Ebro, les llega confundido con el rodar de los carruajes y el griterío de las vendedoras del mercado.
—Humm… ¿Gimel?
—Sí —ratifica Yosef—. Mira que tienes suerte…
Alonso se lleva todas las piedrecitas y las amontona, sonriendo como un conquistador de tesoros, en el halda de su jubón.
—Alonso…
Yosef suspira. El sol todavía está alto, la calle es un alborozo de gentes y dineros pasando de una bolsa a otra, dentro de nada su madre pondrá el puchero en las brasas y su padre volverá a casa y le palmeará las mejillas con manos bastas y olor a betún, su hermana ya estará planchando las enaguas y los paños para cubrir el pan. O abrillantando los candelabros, o barriendo el suelo. Pero hoy tiene algo que decirle a su amigo, y no es precisamente la componenda de alguna nueva travesura. Hoy Yosef no está para chiquilladas. Aba le ha dicho que este será el último Shabat en Zaragoza. Que, a partir de éste, no sabe dónde lo celebrarán. Tal vez en Francia, donde tienen parientes. Alonso espera a lo que su amigo le tiene que decir pero, por lo visto, a Yosef se le ha comido la lengua el gato, porque no dice nada. Al menos, nada interesante.
—Nada, que me toca.
Yosef al final no dijo nada, simplemente no volvió a la plaza. Alonso le fue a buscar a la aljama, pero en la jamba de su puerta solo encontró el hueco vacío de la mezuzah, una llave y una nota bajo el dintel: “Ojalá sigas teniendo suerte, amigo, y la gimel te salga muchas veces en la vida. Guarda la llave, aba no se la quiere llevar, y tal vez algún día yo regrese. Tu amigo que te quiere, Yosef ben Sabadial”
Cuentan que Alonso guardó la llave, que la pasó a sus hijos y estos a los suyos. Y así, pasando y pasando, llegó a mis manos. Hoy, al pasear la vista por San Carlos, no puedo evitar pensar en ellos, en Yosef y en Alonso. En su amistad, mezcla irreverente de regaliz de palo y juegos, de complicidad y cariño. Y dudo si he inventado su historia o si realmente ocurrió. Si esa llave que conservo fue la llave de la casa de Yosef, en la calle de la Zapatería, o si algún antepasado mío bromista la encontró sin más, y le otorgó un significado que no tiene. No tengo las respuestas. Pero… no me importa.
Por si Yosef, algún Yosef regresa, la seguiré conservando.
Por si se acuerda de Sefarad…
-Marisa Rubio-